DESCRIPCIÓN: La cocina comunitaria de Terras da Costa es un equipamiento social nacido de una necesidad vital: proveer de agua, espacio común y condiciones básicas de cocinado a una comunidad excluida y sin infraestructuras. Ubicado en un barrio informal de Almada, entre el mar y los acantilados de Costa da Caparica, el proyecto fue impulsado por Ateliermob y el Colectivo Warehouse en colaboración directa con los habitantes, la Comisión Vecinal y diversas entidades públicas y privadas.
Su diseño y ejecución se desarrollaron durante más de dos años mediante talleres participativos, encuentros comunitarios y procesos de construcción colaborativa con materiales reciclados —fundamentalmente madera procedente del desmantelamiento de la Casa do Vapor—. El resultado es un conjunto de módulos de madera que incluye cocina, lavandería, espacio de comedor, punto de agua y áreas de uso múltiple, adaptables según las necesidades del vecindario.
Más que una infraestructura, el proyecto activa la calle como lugar de reunión, aprendizaje y resistencia, en un contexto marcado por la invisibilidad urbana y la falta de servicios básicos. La intervención logró conectar el asentamiento con la red de agua y saneamiento por primera vez en su historia, dignificando las prácticas alimentarias y cotidianas de casi 500 personas.
ANÁLISIS: La cocina comunitaria de Terras da Costa no es una obra de autor, sino una arquitectura de resistencia. Frente al imaginario heroico del arquitecto, aquí la figura central es la colectividad. El proyecto emerge de la urgencia: en un barrio sin agua, sin espacio público y sin reconocimiento institucional, cocinar era un acto de riesgo. Encender fuego junto a construcciones precarias y sin servicios no era solo una necesidad, sino un síntoma estructural de abandono.
El mérito de esta intervención reside en cómo transforma esa precariedad en elemento de activación colectiva. La arquitectura se convierte en proceso y plataforma. El proyecto de cocina comunitaria no se impone sobre el tejido urbano, sino que crece con él, adaptándose a sus tiempos, materiales y ritmos. Cada decisión —la ubicación, la forma modular, la reutilización de madera— responde a un equilibrio entre recursos disponibles y aspiraciones colectivas.
Pero más allá de su carácter funcional, el proyecto constituye una metáfora construida: cocinar juntos, compartir agua, crear sombra y calor en común son actos profundamente políticos. La cocina como espacio público revela la dimensión alimentaria como derecho, como tejido de relaciones y como detonante de transformación urbana.
La arquitectura aquí no representa la comida: la contiene, la posibilita, la dignifica. Y en un contexto de marginalidad estructural, ese gesto —dar un lugar al alimento, al fuego, a la convivencia— se vuelve una insurrección. Esta cocina no es solo una obra, es un manifiesto construido donde lo común se materializa en madera, en agua, en afectos.